Con fecha de 25 de este
mes de noviembre recibimos la noticia de que una pareja de ancianos se había
suicidado en París. Más allá del interés necrológico, me asalta la idea de
eso que llamamos “muerte digna”, o “buen morir” o “bien morir; porque
ellos se quitaron la vida reivindicando
una “muerte dulce”. Entre las cartas que dejaron a sus hijos, en una de ellas
se lamentaban de “No poder irse serenamente porque la legislación francesa
prohíbe el suicidio asistido”.
Escribo esta entrada para
los compañer@s bloggeros de #CarnavalSalud, que este mes lo dedica a
“El derecho a bien morir”.
Y qué mejor inicio que ese
primer párrafo, donde descubrimos el principio de decisión libre de personas
maduras, puede que en su propia autonomía, incluidos en una vertiente
eminentemente personal e individual.
Esta pareja no necesito hacer su testamento
vital, sus instrucciones
previas las tenían más que
asumidas desde años atrás. La vida dejó de tener un carácter de santidad, de aquello que no
puede ser violado ni tocado; aquello que debe perdurar per se. Sus vidas les
pertenecían, no hubo intermediarios, ni políticos ni religiosos, hicieron
aquello que querían, sin más.
La segunda parte de este
post es aquel que mira a la reacción social que da recibir esta noticia.
Consciente de que esta actitud es generalizada, deberíamos de aportar algo
positivo a este hecho, y dejar de hacer o un pacto de silencio con la muerte o
un irrefrenable ataque a estas actitudes. Quienes somos para decidir por otros,
quienes somos para no admitir la decisión de otros. La cultura negadora y temerosa de la idea de la
muerte arrastra una medicalización exagerada del proceso de la vida y a formas
de morir inhumanas, alejadas del concepto “buen morir”. Eso es lo que queremos,
quizás. Para nosotros y para los demás. La sociedad debería de peinarse esa
caspa que no la deja pensar, serena, sobre este tema.
En otro orden, con la
ley andaluza sobre Muerte Digna (Ley de Derechos y Garantías de las Personas ante el Proceso de
la Muerte), se abrió una senda hacia el ejercicio de los derechos del paciente durante la última
etapa de la vida para asegurar su autonomía y el respeto a su voluntad, así
como los deberes de los profesionales encargados de la atención y las funciones
de las instituciones y centros sanitarios. Le siguieron Aragón y Navarra. Se
daba un paso más en la asistencia al paciente al final de la vida, teñido por
el principio de autonomía, y donde el profesional sanitario deberá de conectar
directamente con este. Incluso, la figura de la enfermera tiene un papel
distinto. Ahora su recomendaciones, es decir, su voz, tendrá que se oída.
Tras
formas de ver el buen morir, tres formas de atender al paciente.
Vayan estas líneas para reconocer el valor de uno de los profesionales más dedicados a la vida y a la muerte. Cuando escribo estas líneas me dan la noticia del fallecimiento de Albert J Jovell, en nuestra memoria, descase en paz. Como ya dijo: